Música

Monday, December 18, 2006


Abuelas


Escribo. Las palabras se derraman de mi pluma para caer en un papel donde cobran vida. Tienen voz propia, una voz a veces triste, otras pasional, melancólica… incluso algunas de ellas gritan. Son gritos de alegría, de desesperación, de protesta… pero son palabras mudas para los sordos oídos de los que me rodean. Hay mucha gente, algunas son sombras distorsionadas, otras caminan a tal velocidad que aparecen y desaparecen fugazmente, también, hay unas que van lento y puedo distinguir que carecen de rostro y manos, muy pocas son las personas que hay sentadas en bancos leyendo periódicos o libros, sin embargo, hacen caso omiso a las palabras. Las pobres, están siendo todo lo comprensivas que pueden, pero se quedan afónicas inútilmente queriendo ser escuchadas. Luchan por no caer en el profundo y frío pozo del olvido. Y en medio de ese torbellino de confusión y estrés me encuentro yo, impotente a no poderle asegurar a mis queridas palabras, que no voy a permitir que se pierdan. Dos lágrimas asaltan mis ojos, resbalan imparables y emborronan al caer la palabra escribir.

Entonces despierto, otra vez el mismo sueño que invade mis noches. El sueño de mi vida que se trunca al igual que la realidad. Cuánto hubiese dado por aprender a escribir, a descubrir cada palabra con todas sus connotaciones.

De pequeña, en cuanto cumplí cuatro años, mi padre me hizo una escoba a mi medida para jugar. Un juego que se convirtió en mi día a día. Me tocó cuidar de mis hermanos pequeños que sí iban a la escuela. Cuando llegaban, les pedía que me enseñaran lo que habían aprendido, pero se hacían los remolones y ponían como excusa:

-Tengo hambre – o-. ¡¿Jugamos al escondite?!

Yo no insistía, me habían inculcado que había nacido para hacer las tareas del hogar. Mientras laboraba, creaba mi mundo de fantasía, con palabras nuevas que escuchaba en conversaciones de mayores o por la radio. Les inventaba significado y personalidad. De jovencita vivía casi aislada del mundo y no me daba cuenta de que, un chico del pueblo, me acechaba cuando iba a coger agua a la tajea, hasta que un día me violó y quedé embarazada. Yo no entendía que me pasaba, solo tenía dieciséis años, pero mi madre sí. Me acusó de mujer de la mala vida, de haber deshonrado a la familia y me echó de casa, sin dinero, ni comida, ni siquiera un adiós. Como pude conseguí trabajo de sirvienta en una casa de ricos donde me daban a cambio un cuartucho y comida. Hasta que no di a luz a mi hija, no fui consciente de que iba a ser madre. Cuando me la entregaron, en un revoltijo de mantas llenas de sangre, casi no podía abrir los ojos del agotamiento, pero quería ver el porqué de tanto dolor. Entonces descubrí, en medio del barullo, una carita angelical. Lo primero que hizo fue un amago de sonrisa y le salió un hoyuelo en el cachete izquierdo. Me enamoré de ella al instante. Desde ese momento, supe que mi vida no había sido en vano, que ya no sería una simple pieza de una sociedad anticuada, sino que ayudaría a esa niña a crecer con los ojos abiertos, sin vendas, ni tabúes. Sería como un libro en blanco donde podría escribir, un regalo. Alguien a quien contarle cuentos, por las noches, llenos de palabras fantásticas.

Esta es la historia de mi madre, que murió hace tres años. Yo soy lo que queda de ella soy sus palabras, su libro y sus cuentos, sus miedos y alegrías. Su razón de seguir luchando en una vida donde todo fueron baches y pesares.

2 comments:

Anonymous said...

Bonita historia, laura, ¿es real?

Siempre estoy dispuesto a dar clases de tango!

Anonymous said...

Es verdad que muchas veces, a lo que jugamos de pequeños, se convierte en nuestro destino con los años, y suele dejar de ser un juego. En la historia juega con una escoba, otros jugarían a médicos, otros se pegarían tiros con pistolas de juguete... yo imaginaba historias con mis muñecos, pero siempre estaba solo, espero que mi futuro sea vivir mil historias, pero ya no solo, sino contigo.